miércoles, 7 de abril de 2010

(21) Pudo ser bonito mientras duró (avance del programa del viernes 9/04/10)

 

La pausa transformadora de la II República

La libertad no es un asunto fácil. Lo que digo puede ser, y seguramente será una obviedad. La libertad es una atmósfera respirable para los hombres y mujeres libres. Aquellos que no esperan ni que los poderosos, ni los dioses, ni siquiera el voluble azar resuelva sus problemas, sino que, en la medida de sus fuerzas, consideran que son ellos, con la complicidad de sus pares los encargados de dirigir sus vidas, gobernarlas, sin más lindes que el respeto a los prójimos, la determinación de su esfuerzo, y la convicción de que el hombre y la mujer pueden alcanzar, por momentos, la belleza que otorgamos a excelsos dioses y la mezquindad que ostentan los demonios. Ambos, viviendo de realquiler, en nuestro interior, de tal modo que, esas dos realidades no nos son ajenas, son nuestros dioses interiores y nuestros demonios particulares.

Hay personas para las que la libertad es una comodidad de lindes. Situados en el Olimpo terrenal, entregan los límites de su libertad al sostenimiento de su situación de privilegio. Conscientes de que están en el lugar en el que las normas su pueden burlar o vulnerar a precio tasado, la carencia de libertad colectiva les parece un edén que, al precio de un coste muy limitado, sujeta sus prebendas. En su modelo de vida es necesario un orden autoritario que controle con mano dura el “orden natural” de la vida, para que todo siga como siempre, como está mandado.

Todos somos iguales pero unos más que otros y, para los que no se conforman con esta jerarquía, para los rebeldes, hay que establecer un sistema que les tenga a buen reducto, que comprendan lo que vale un peine y lo aprenden como el antiguo abecedario: “la letra con sangre entra”. Eso sí, desde el cariño: “quien bien te quiere te hará llorar”

En la historia de nuestro país, convulsa, y triste en los versos proféticos de Jaime Gil de Biedma: “En un viejo país ineficiente, algo así como España, entre dos guerras civiles…” surgió un proyecto de conveniencia que se llamó II República, que se proclamó de una de las formas más cívicas que en la historia se contempla, pero que en cuanto empezó a tocar los intereses de los dueños del cortijo, se empezó a pelear por su desaparición.

Los que hemos estudiado historia en las aulas de la dictadura, si el profesor se ha tomado la molestia de llegas hasta esas pantanosas alturas del libro de texto, siempre nos hemos visto formado en una II República que era un conjunto de desmanes que condujeron inevitablemente a una guerra civil. A mí, de una manera francamente heterodoxa me ha gustado compararlo, entre amigos, con esos maravillosos conciertos de rock and roll de mi pasada juventud. Si nos atenemos a la versión policial de esos conciertos, hubo desmanes, desorden, embriaguez, tumulto, consumo de drogas y, por tanto, se vieron en la obligación de cargar contra aquel espectáculo de desorden violento. ¿Pero no hubo música?

Pues si la hubo. Y la música fue lo fundamental. No la crónica de sucesos violenta que, curiosamente, fue siempre desproporcionada en los hechos y en la narración. Un policía herido y 80 manifestantes hechos polvos. La violencia evidentemente, la propaganda era la propaganda, era el Rock and Roll.

Pues bien el rock ha dejado grandes páginas musicales excelsas y que yo conozca, pocos gladiadores. Esa es la realidad.

La II República fue un tiempo, breve, de políticas democráticas (y esto es lo fundamental) que tuvo episodios violentos (algunos muy condenables) pero en su mayoría sujetos a la tensión propia de cuando el dinero y el poder empieza a cambiar de manos. Y sin embargo, antes y ahora, su existencia va unida a un tiempo convulso de venganzas y mezquindades que no pone el acento en (la música) lo fundamental: aquello que se hizo y como fue.

En el programa de ADN del viernes, 9 de abril, hablaremos de la II República y lo haremos con Mirta Núñez Díaz- Balart. Os esperamos.

Mariano Crespo


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