lunes, 12 de abril de 2010

(21) El clítoris y el cerebro (09/04/10)

 

Llegó al estudio Mirta Núñez Díaz Balart par hablarnos de la II República mientras en el portar la esperaban para conducirla a otro sitio a hablar también de lo mismo. Mirta, la historiadora Mirta Núñez, la mujer que junto a unos pocos no miró para otro lado cuando tocaba mirar las páginas convulsas de la historia, no tiene nunca cara ni actitud de prisa aunque en muchos sitios la esperen y habló con tranquilidad y conocimiento durante la emisión de radio. Digo esto de hablar con prisas porque me resultan cada día más curiosos determinados políticos, determinados voceros, que siempre está en la vorágine de muchos compromisos, que sus agendas están repletas, que hablan casi mientras caminan, que siempre repiten lo mismo, que esa repetición es un conjunto de obviedades y que les sacan en los informativos. Son tipos, generalmente hombres, muy interesantes por la paradoja de que no se les conoce una frase, ni siquiera una frase, de interés.

En el programa estuvo también Elda, del proyecto Fahrenheit 451. Una mujer libro que nos concitó desde la hermosura el fantasma de Clara Campoamor. Su intervención en la sesión de las Cortes Republicanas del 1 de octubre de 1931, defendiendo el derecho de las mujeres al sufragio. Lo lograría. Y como no hablo ninguna obviedad quedó condenada al olvido por sus compatriotas, muriendo en soledad y en tierra extranjera años más tarde.

Es tuve muy bien acompañado en el programa del viernes 10. Pero no me quedó más remedio que irritarme. Los tiempos no cambian. A Clara Campoamor se permitió el lujo un hombre ilustrado, un diputado en el debate, de proponerle que las mujeres votasen pero después del climaterio. Una vez interrumpida la actividad de sus ovarios, en el tesis, de su mentecata señoría, la mujer ya no sería una “histérica” no estaría dominada por sus impulsos hormonales y podría tomar decisiones electorales libres.

Yo creía que esos prejuicios de elevado corte machista habían tocado a su fin, pero el día anterior a la emisión del programa me tocó atravesar el infierno en un taxi en medio de la calima medieval madrileña. El taxista llevaba una macro estampa de una monja, y una radio de cuya frecuencia y nombre he decidido olvidarme. Estaban realizando la tertulia de la tarde y ofreciendo el espectáculo más casposo que uno recuerda desde los tiempos que Queipo de Llano hacia radio (pero con la misma misoginia). El objetivo del tiempo de tertulia que escuche giraba sobre la mucha diversión que a contertulios y contertulias (sí, había mujeres) les provocaba la edición de un libro de cuentos infantiles en los que se había intentado eliminar los tics machistas. A partir de ahí, ese grupo de contertulios que semejaban un grupo de rijosos y rijosas, hartos de pacharán pronunciaron frase como: “ahora tendremos que hablar del abejo Mayo” Y, ja, ja, ja, Qué graciosos somos. Y una mujer de la tertulia, una mujer que admiré periodísticamente hace años cuando hacia un informativo con Joaquín Arozamena se permitió el lujo de decir “Y ahora nos van a enseñar donde tenemos el clítoris”. Me callo.

Pero a ti, vieja periodista, habría que preguntarte cuánto dinero es necesario pagarte para prestarte a ese espectáculo. Porque si lo que de verdad ha ocurrido es que con el tiempo has llegado a pensar como rebuznabas, el tema es más delicado. La pregunta no sería si sería necesaria enseñarte a localizar y usar el clítoris. El asunto sería saber en que momento te quedó tan dañado el cerebro, como para despreciar a tu propio género y a las que luchan por su formación.

Mariano Crespo


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